quarta-feira, 15 de agosto de 2012

Recuerdos del futuro

El proceso chileno comandado por Salvador Allende abrió un camino importante para América Latina y para el mundo. Ahí se mostró cuanto se puede avanzar dentro de los límites de la democracia burguesa. Pero demostró también la violencia del capital cuando ve sus intereses amenazados. Hemos publicado recién en Venezuela  una colección de nuestros escritos durante el proceso chileno bajo el título desafiador de Bendita Crisis, título de un artículo mío escrito en meados de 1972, poco tiempo antes del levante popular en contra del paro general decretado por los capitalistas que los trabajadores doblegaron con la toma de las empresas que ellos pusieron para  trabajar. N seguida publiqué un articulo con el título “el gigante obrero” que se incluye en el libro. Desgraciadamente,  no se aprovechó esta e otras coyunturas que exigían avances más duros frente a  la contra-revolución burguesa que terminó utilizando el lema que Engels destacó al analizar la reacción de la burguesía francesa delante del avance revolucionario de la Comuna de Paris: “La legalidad nos mata”.   

En mi libro rescaté el artículo en que mostrábamos esta dialéctica de la reforma democrática consecuente.  En este mismo  libro dedico una carta abierta al comandante Hugo Chávez que tan bien sabe utilizar la ofensiva y encorralar la burguesía en su propia salsa para cocinarla con el proceso de transición socialista mayoritariamente defendido por la gran mayoría de su pueblo. El intento de golpe de 2002 fracasó dramáticamente con la alianza de los sectores populares y las fuerzas armadas y dejó la burguesía aislada con su mundo liberal tomada por la masas.   Mi libro se agotó en Venezuela en pocos meses. Aguardo una nueva edición para que pueda ser estudiado por la militancia revolucionaria de este país y como aliento para sus jornadas gloriosas.

Roberto Pizarro que participó junto con Orlando Caputo de los grandes cambios teóricos e analíticos con un libro  que precedió el proceso chileno y que estuvo seriamente inscrito y ejecutado en el programa de la Unidad Popular junto con los aportes de la teoría de la dependencia, que fue director del CESO y en seguida decano de la Facultad de Economía Política que abría todo un campo teórico y analítico dialectico para analizar y ayudar el proceso chileno, nos escribe ahora llamando la atención para el seminario que armamos en el período y que fue publicado en varias lenguas, y me envía un artículo de elogio a Salvador Allende que merece ser leído con cuidado y atención pues rescata con orgullo el proceso chileno y su líder. Así deben ser recordados los días de ventura revolucionaria que la represión y el terror solo logra detener por períodos de horror impuestos por los dominadores en decadencia.    

De: Tito    

Para; Theo,

Me encontré con este artículo de hace 3 años que escribi para alguna revista y me acordé de ti por lo del Symposio.  Creo te gustará.

abrazos,

Tito

Libertades, muchas más libertades

Roberto Pizarro
economista

Conocí a Salvador Allende en la campaña presidencial de 1958, gracias a mi padre, Oscar Pizarro, uno de los fundadores del Partido Socialista de Chile en 1933, tal como lo destaca el acta publicada por Julio César Jobet en uno de sus libros. En mi casa del barrio Club Hípico se desplegaba propaganda y se reunían dirigentes y activistas para esa epopéyica campaña que ya anunciaba un futuro de esperanza. Allende perdió por pocos votos. En esos momentos, mis ojos de niño miraban con curiosidad al líder de la izquierda chilena. Me llamaba la atención su voz microfónica y postura de gallo de pelea.

Pero recién en octubre de 1971 tuve un contacto directo con el Presidente, con ocasión de un seminario sobre la transición al socialismo en Chile. El Centro de Estudios que yo dirigía, había invitado para el evento a Paul Sweezy, economista norteamericano, director de la revista Monthly Review, Rossana Rosanda, resistente antifascista y fundadora de la revista Il Manifesto y a Lelio Basso, destacado intelectual y dirigente del socialismo italiano.

Al término de nuestras actividades, el Presidente Allende nos invitó a almorzar a La Moneda. Me pidió le contara sobre el trabajo realizado. Le dije que las ponencias y discusiones habían sido exitosas y un aporte para el proceso que vivíamos en nuestro país. Aproveché para criticar al diario Puro Chile por haber discrepado con ironía de algunas opiniones de nuestros invitados, “premiándolos” con el “Huevo de Oro” de la semana. Sin dudarlo un momento me respondió: “Roberto, varias veces yo también he sido  “premiado” con el “Huevo de Oro”, pero así es la democracia y nunca tenemos que olvidar que la vía chilena al socialismo se caracteriza por la más irrestricta libertad de prensa. En ello  nuestro país debe ser un ejemplo.”

Ese era el socialismo que Allende quería para Chile. Un modelo de sociedad con las más amplias libertades democráticas para todos, donde los chilenos pudiesen satisfacer sus necesidades materiales, asegurando a cada familia, hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos y oportunidades en la vida.

Allende trascendía el pensamiento de su época. Mientras la guerra fría dividía al mundo y las empresas norteamericanas expoliaban nuestras riquezas básicas,  el Presidente pudo convencer y comprometer a toda la clase política, incluida la derecha, para nacionalizar las minas de cobre, mediante una ley en el Parlamento. Al mismo tiempo, la reforma agraria se profundizaba con las leyes que había aprobado Frei Montalva y el área de propiedad social en el sector industrial se constituía en el marco del Pacto de Garantías acordado entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular.

Por otra parte, mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo, sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. Transformar radicalmente, nacionalizar y profundizar la reforma agraria, pero en el marco de las instituciones vigentes. Reconocía en Fidel Castro un ejemplo de lucha, pero no asumía sus métodos. Precisamente a ello se refiere Allende en su conversación con el periodista Julio Lanzarotti: “Yo he dicho al país que mientras sea Presidente habrá elecciones. Ha habido cinco elecciones complementarias y una elección general y nadie ha reclamado”. Y agrega en otro párrafo: “….este país es uno de los países en que hay más libertad de reunión, de información, de asociación y de prensa. Y le puedo afirmar categóricamente que la democracia funciona ampliamente…”.

En el Pleno Nacional del PS del 18 de marzo de 1972, cuando los socialistas endurecen sus posturas, el Presidente Allende apela a la razón y a la especificidad de nuestra historia. Rechaza los conceptos leninistas ortodoxos sobre el Estado, desplegando argumentos teóricos y prácticos sobre la vía chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otra distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.” ¡Qué gran lección nos daba Allende a los que no supimos apoyarlo con todas nuestras fuerzas en la vía que el propuso para la transformación de nuestro país!

Allende es perseverante en su lucha por la transformación y la defensa de la democracia. Construir una nueva sociedad en que impere el pluralismo, las libertades individuales, las elecciones, pero con los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores puedan incorporarse efectivamente a las decisiones del país. Por ello es que durante los 1000 días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca había ocurrido en la historia republicana.

Los trabajadores participan en la administración de las empresas estatales. Hay plena libertad de reunión, opinión y prensa. Se multiplican los periódicos, radios y canales de TV de variado tinte político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Trabajadores, que nunca antes habían podido manifestarse, multiplican los sindicatos y hablan de igual a igual con los patrones, exigiendo sus reivindicaciones y participando en las decisiones de las empresas. Estudiantes que deciden sobre el destino de sus universidades, en plebiscitos y elecciones, con los mismos derechos que las autoridades académicas. Campesinos que se organizan y reúnen libremente para acceder a la propiedad de las tierras abandonadas y afectas a la Reforma Agraria. Mujeres y hombres en los barrios que discuten en juntas de vecinos para defender sus derechos comunales y asegurar el abastecimiento de los alimentos.

No eran sólo las libertades de la democracia representativa las que se desplegaban en el país, sino muchas más. Se abría en Chile una democracia que potenciaba la participación de todos los ciudadanos, y que con formas directas se incorporaban a la construcción del país del que habían sido excluidos por las clases dominantes. Es que Allende anhelaba que las libertades alcanzaran a todos los chilenos. Libertades, muchas más libertades, parecía ser el propósito de Allende para nuestro país.

Allende no quería un partido único, una prensa uniforme, ni un estado monolítico. Por el contrario, anhelaba que florecieran mil flores, que las opiniones fuesen variadas, que se abrieran las oportunidades para los jóvenes, las mujeres y las de todos aquéllos que por décadas habían sido explotados y reprimidos por un sistema injusto.

El 11 de septiembre de 1973 se clausuró un ciclo de largas décadas de lucha del movimiento popular en que la clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro país fueron derrotados. Su momento de auge fue el gobierno de la Unidad Popular. Los errores propios y la resistencia de los dominadores, nacionales y extranjeros, impidieron que se materializaran los anhelos de Allende y del pueblo de Chile.

No sólo los humildes de nuestro país sino los demócratas del mundo entero han reconocido en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y respeto a las libertades públicas. El pequeño país que en el extremo del mundo quiso construir una sociedad más igualitaria se conoció en los lugares más recónditos de la tierra, gracias a la consecuencia democrática, honradez y valentía del Presidente Allende.

Los que tuvimos la fortuna de conocer los esfuerzos de Salvador Allende por transformar la sociedad probablemente comprendemos más que las nuevas generaciones la tragedia que significó su derrocamiento. Se podrá discutir sobre los errores del gobierno de la Unidad Popular. Pero, lo indiscutible es que Salvador Allende estuvo siempre del lado de los trabajadores y de las libertades de los chilenos. Los grandes intereses internacionales y nacionales no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia. Pero, la tragedia no han sido sólo los asesinatos, la tortura y el exilio. La mayor de las tragedias ha sido que la misma generación política que luchó y conoció el proceso de transformaciones en favor de los humildes, ha debido ahora administrar el sistema político excluyente y el modelo económico que reinstaló y profundizó las desigualdades que Salvador Allende desafió con su proyecto y que luego defendió con su propia vida.

Sin embargo, la experiencia de los tres años de la Unidad Popular y la figura de Salvador Allende se han instalado en la memoria colectiva y no podrán ser borrados de la historia. Nuestros hijos y nietos sabrán que hubo una vez un hombre que llenó de dignidad a Chile, que nos engrandeció con su lucidez política y nos estremeció con su valentía. La represión, el exilio y el neoliberalismo no podrán borrar de nuestra memoria que en los mil días de la Unidad Popular, los obreros, los campesinos, los jóvenes y los desamparados pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.


07-11-08

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