Roberto Pizarro, mi querido orientando, companheiro do Partido
Socialista chileno, foi diretor do Centro de Estudos
Socioeconómicos (CESO)logo convertido em diretor da Faculdade de
Economia Política que resultou da reforma universitária da
Universidade do Chile, iniciada em 1968, antes do 1968 francês e
suas outras expressões internacionais. Era o ensaio geral do
grande processo revolucionário chileno (que descrevo em boa parte
através do meu livro Bendita Crisis, editado na Venezuela, pela
editorial El Perro y la Rana, que o disponibiliza gratuitamente
como todos os múltiplos livros editados pelas varias editoras
estatais da Venezuela revolucionária). Roberto (Tito) e sua
companheira Alicia, com quem teve dois filhos muito espertos. foi
um dos primeiros procurados pela ditadura de Pinochet que se
apossou de nosso CESO que eu dirigia então e da Faculdade que Tito
dirigia, para instalar aí os órgãos da repressão ativados pela
ditadura. Al escapar para a Argentina pensava encontrar condições
democráticas que logo se decepcionou ao ser preso com sua
companheira ainda no governo de Isabel Perón... Ele nos conta as
histórias terríveis da prisão argentina que competia com a chilena
em horror. É um depoimento cheio de horror mas balanceado pelo seu
respeito e carinho pelos companheiros de prisão.
Quem viveu estas histórias não pode virar as costas para os nossos povos.. Tito foi ministro de planejamento do regime pós ditatorial no Chile, foi embaixador no Equador, continua ativo na vida acadêmica atualmente pois não pode resignar-se às propostas de colaboração das esquerdas que domina o cenário chileno.
Quem viveu estas histórias não pode virar as costas para os nossos povos.. Tito foi ministro de planejamento do regime pós ditatorial no Chile, foi embaixador no Equador, continua ativo na vida acadêmica atualmente pois não pode resignar-se às propostas de colaboração das esquerdas que domina o cenário chileno.
Argentina: A 40 años del golpe de Estado más sangriento de América Latina
“Este 24 de marzo se cumplen 40 años del golpe
de Estado que remplazó un régimen corrupto y autoritario, -el de
Isabel Perón y López Rega-, por una dictadura corrupta y criminal
en Argentina. El saldo fue, y es, terrible: treinta mil víctimas
torturadas, asesinadas, desaparecidas” (Politika).
Other News seleccionó dos artículos, escritos
por el ex ministro y economista chileno Roberto Pizarro y por el
experiente periodista uruguayo Aram Aharonian
———————————————————————Gonzalo Carranza y el dictador Videla
Por Roberto Pizarro*
——————————————————————————–
A Gonzalo Carranza le dieron la libertad para
matarlo. Fue a pocas cuadras de la cárcel de La Plata, el 3 de
febrero 1978, cuando tenía 27 años. Lo conocí en la cárcel de
Villa Devoto, dónde estuve preso durante un año, gracias a la
“Operación Cóndor”. Mi encuentro con él fue en una celda de
castigo que compartimos durante dos semanas. Eran los tiempos de
Videla en Argentina y de Pinochet en Chile. Los dictadores se
pusieron de acuerdo para aplastar a los grupos opositores, mediante
una coordinación represiva que asesinaba, torturaba, robaba y
raptaba niños. En esos tiempos la vida era una lotería. Mi esposa
–también detenida en Villa Devoto– y yo nos salvamos. A Gonzalo
lo asesinaron.
Cuando los chilenos ingresamos a la cárcel de
Villa Devoto, los presos argentinos nos dijeron que teníamos que
respetar la tradición, la que se resumía en dos conceptos: los
presos políticos no corren y tampoco se abren los cantos (nalgas).
“La requisa” revisaba detalladamente las celdas de tanto en
tanto, exigiendo al preso descubrir su ano para buscar posibles
“embutes” (escondites) y luego lo obligaban a salir de la celda y
correr hasta el fondo del pabellón.
El preso político debía rechazar a voz en cuello
la indagación sobre su intimidad diciendo, “los presos políticos
no se abren los cantos” y los guardias, en una suerte de acuerdo
tácito, lo aceptaban; inmediatamente después exigían correr, pero
el preso político debía gritar: “los presos políticos no
corren”. Y “la requisa” dejaba pasar esa particular forma de
resistir dentro de la cárcel. Eran los tiempos de Isabel Perón y de
Lopez Rega.
“López Rega promovió un sistema de represión
criminal clandestina que pronto se abrió paso resueltamente. Muerto
Perón en julio de 1974, fue sucedido en la presidencia por su
cónyuge, Isabel Martínez de Perón, bajo cuyo gobierno López Rega
medró casi sin límites y su metodología se fue expandiendo sin
obstáculos. El eclipse de éste en 1975 no significó la extinción
del sistema sino, en realidad, su consolidación, su
despersonalización y de algún modo su institucionalización. En
marzo de 1976 también Isabel Perón debió abandonar el gobierno y
las fuerzas armadas llevaron a sus últimas consecuencias la técnica
de la represión criminal clandestina.” (Salvador María Lozada)
El 24 de Marzo de 1976 se instaló la dictadura de
Videla. El gobierno de Isabel y López Rega se caía a pedazos por la
corrupción, el desorden económico, el accionar represivo paralelo
de la triple A, en medio de la protesta que crecía en el movimiento
sindical y el accionar de las organizaciones guerrilleras. A
diferencia de lo que sucedió con el golpe en Chile, el derrocamiento
de Isabel Perón recibió cierto reconocimiento a nivel mundial en la
ilusa creencia que se disciplinaría la represión y que volvería el
orden a Argentina. No fue así. El Gobierno de Videla se convirtió
en el más criminal en toda la historia argentina, con niveles de
corrupción superiores al gobierno derrocado. Tuvo además la
pretensión de refundar la economía argentina.
“Estado Terrorista y modelo económico
neoliberal fueron las dos caras de una misma moneda: el ejército se
encargó de destruir físicamente las bases de apoyo y la resistencia
de los sectores progresistas, sindicatos y organizaciones de
izquierda, y Martínez de Hoz se ocupó de acabar con sus fuentes de
alimentación: el Estado Benefactor y la industria.” (Juan Ignacio
Pontis)
Cuando, en noviembre de 1975, bajo el Gobierno de
Isabel, ingresé a Villa Devoto habíamos sólo dos presos por celda,
los que no corrían ni se abrían los cantos cuando “la requisa”
lo exigía. Todo se pudrió a partir del 24 de Marzo. Con el golpe
militar de Videla ingresaron a la cárcel dirigentes sindicales,
pobladores, estudiantes e intelectuales. Pasamos a ser siete presos
por celda. Ya no eran los militantes convencidos, los combatientes de
la guerrilla peronista o guevarista y algunos extranjeros de los
países vecinos los que convivíamos en Villa Devoto. La cárcel se
masificó y se convirtió en un infierno. No sólo en Villa Devoto,
sino en todo el país. Se impuso el terror y la venganza, desde el
Estado. El general Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que
perseguía el Gobierno militar: “Primero vamos a matar a todos los
subversivos, después a sus colaboradores; después a los
indiferentes y por último a los tímidos.”
Supe del asesinato de Gonzalo estando en
Inglaterra, lugar de mi refugio político. No me he olvidado de él.
Cuando llegó “la requisa” a mi celda, después del golpe de
Videla, pude darme cuenta que la represión, que ya era dura con
Isabel, se había convertido en algo distinto. Completamente
distinto. Esta vez nos golpearon brutalmente, rompieron los escasos
enseres que se nos permitía poseer y liquidaron en pocas horas esa
tradición carcelaria de los presos políticos: ¡qué no se abren
los cantos! ¡ qué no corren!
En efecto, los que no nos abrimos los cantos y los
que no corrimos frente a la exigencia de los represores fuimos
enviados a “los chanchos”, vale decir a las celdas de castigo de
Villa Devoto, en el subterráneo. Allí conocí a Gonzalo Carranza.
Los gendarmes me llevaron a su misma celda de castigo, lugar de un
metro cuadrado, dónde no cabíamos los dos sentados.
No recuerdo la causa por la que Gonzalo se
encontraba detenido. Tampoco recuerdo su militancia. Gonzalo estaba
en otro piso, en el pabellón de los duros, pero en el subterráneo
se acumularon todos los castigados: “los subversivos, sus
colaboradores, los indiferentes y los tímidos.” Allí nos
conocimos y hablamos de nuestras vidas. Gonzalo era expresivo,
conversador y alegre. A los guardias les gustaba conversar con él
cuando iba al baño o a través de la puerta. Le dije que con ese
encanto le sería fácil convencer al juez de su inocencia. Su
tranquilidad era sorprendente cuando me dijo: el juez Russo de La
Plata, el que lleva mi causa, me la tiene jurada. Soy hombre muerto.
“Hasta ese día Piñero desconocía el paradero
de su esposo. La última noticia había sido que el 26 de enero lo
habían trasladado los militares, pero no sabía a dónde. Entonces
fue a ver al juez Russo: “No siga con las gestiones porque en lugar
de uno van a ser dos”, le respondió el fallecido magistrado, en
alusión a que la mujer podía también desaparecer.” (Testimonio
de María Teresa Piñero, esposa de Angel Piñero, asesinado en la
Unidad carcelaria 9 de la Plata, meses antes que Gonzalo Carranza).
Yo sentía cierta culpabilidad al saber el destino
que le esperaba a Gonzalo. Los chilenos detenidos en noviembre de
1975, en el marco de la “Operación Cóndor, teníamos cierto
“capital social”. Cayeron detenidos junto a nosotros una pareja
de ingleses lo que nos dio protección de la Corona y, además, la
protesta internacional a favor de los chilenos era inconmensurable.
Solidarizar con Chile y los chilenos significaba colocarse junto a la
dignidad de Salvador Allende y al patriotismo del General Prats y
rechazar la vulgaridad de Pinochet. No sucedía lo mismo con Videla,
quien había derrocado a un gobierno vergonzante. Eso se pensaba hace
40 años, cuando se creía que los crímenes de Videla eran distintos
a los de Pinochet.
“Después de verlo en tantas fotos, un día vi
una en que lo llevaban preso. Iba entre dos policías, iba viejo, con
el pelo blanco y escaso, más flaco que nunca, hasta parecía
tambalear o era como si lo arrastraran. No se lo veía con ganas de
aceptar ese destino, pero menos aún con fuerzas como para
rechazarlo. Era el Monstruo. No el que Borges y Bioy imaginaron y
condenaron (instrumentando el metafórico asesinato de un intelectual
judío) en un endeble cuento montevideano, no el que los irritaba y
agredía convocando a los cabecitas en un día festivo, no el que
organizaba en la plaza histórica su fiesta interminable. Era el
verdadero Monstruo, el que hizo la fiesta más sangrienta de la
historia de este país, el que no la hizo en la plaza histórica sino
en los sótanos del horror o en el río inmóvil. Era Videla.”
(José Pablo Feinmann).
La cárcel de Villa Devoto cambió a partir del
golpe militar. Los gritos de los que se aferraban a los camastros
para impedir que los gendarmes los condujeran hacia la tortura o la
muerte se escuchaban a diario. Pero, en la Unidad de La Plata fue
peor. Allí trasladaron desde Devoto a Gonzalo, a Dardo Cabo, a
Gorosito, a Rappaport y a tantos otros compañeros de infortunio que
conocí personalmente o por sus historias políticas. A tantos que
mataron y con quienes nos comunicábamos por “palomitas”
(mensajes enviados por las ventanas de las celdas, mediante un hilo
comunicante) o a quienes se les escuchaba a lo lejos las canciones de
Victor Jara, Violeta Parra o Mercedes Sosa.
Jueces, curas, militares y policías represores
contaron con el apoyo incondicional del jefe de la Unidad Penal N°9
de La Plata durante la dictadura, el prefecto Abel David Dupuy, para
torturar, asesinar a los presos y amenazar a sus familiares. La
Asociación por los Derechos Humanos de La Plata responsabilizó a
Dupuy de las violaciones a los derechos humanos que sufrieron los
detenidos en aquel penal de esta ciudad, desde fines de 1976 a 1980,
período en que el prefecto estuvo a cargo de la jefatura del penal.
En la solicitud, de cuarenta páginas, el organismo individualizó
nueve homicidios, cinco casos de desaparición forzada y diecinueve
tormentos. (ADHP).
Gonzalo Carranza sabía que su destino era
inevitable. Lo habían condenado al patíbulo por adelantado. No
importaba si era inocente o no. A los represores tampoco les
interesaba el sufrimiento de su esposa, de sus padres, de los que lo
conocimos y quisimos. En mi caso tan fugazmente. Yo pude salir a
Inglaterra, con Alicia, mi esposa. Mis hijos, Rodrigo y Andrés, se
encontraron con nosotros en viaje directo desde Chile, dónde
tuvieron que permanecer durante un año por las amenazas de muerte
que habían recibido en Buenos Aires.
Gonzalo está entre las treinta mil personas que
desaparecieron en Argentina. Seres humanos con historias, ilusiones y
deseos, con amigos, padres, madres e hijos que los aman, los
recuerdan y claman por la verdad y justicia que merecen. Yo te sigo
recordando Gonzalo y también te recuerda Benedetti. Si, ese. El
mismo escritor uruguayo que tanto te gustaba y del que me hablabas
cuando tú estabas de pie y yo sentado y luego yo de pie y tu sentado
en “el Chancho” de Villa Devoto. Y allí estuvimos porque “los
presos políticos no corren” y “los presos políticos no se abren
los cantos”.
“A pesar de las muertes que los militares les
depararon, los 30.000 desaparecidos permanecen poblando el compromiso
y la esperanza. 30.000 desaparecidos que siguen aferrados en la gente
que protesta, que se enfrenta, que desafía a un sistema aberrante de
injusticia y perversión. 30.000 desaparecidos que reaparecen en cada
fisura social, en cada marea que los trae, en las Madres que los
reclaman; en los Hijos que los nombran y los pelean. 30.000
desaparecidos que son parte indisoluble de todas y todos los que han
seguido luchando, sobrellevando sus ausencias. 30.000 desaparecidos
que tomaron cuerpo y voz en otras latitudes en donde los reconocen
como propios.” (Benedetti)
*Economista de la Universidad de Chile, con
estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido).
Investigador Grupo Nueva Economia, ha sido decano de la Facultad de
Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación y
rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).
Artículo publicado en POLITIKA, de Santiago.
Un proceso de “reorganización” ya no es tarea
de militares
Por Aram Aharonian*
Hace 40 años para imponer un modelo político,
económico y social, el poder fáctico apelaba a las Fuerza Armadas,
para que con tanques, bayonetas, torturas y desapariciones, pusiera
en marcha un “proceso de reorganización” neoliberal, cónsono
con las demandas e intereses de los grandes grupos económicos
nacionales y trasnacionales.
El golpe de estado cívico-militar de 1976 fue el
último pero no el único en el siglo 20. Desde 1930 los argentinos
habían sufrido sucesivas interrupciones del orden democrático. La
supresión de los gobiernos elegidos por el pueblo, la represión de
los conflictos que surgían entre distintos sectores sociales y la
apelación a la violencia habían sido frecuentes desde esa fecha.
Sin embargo, la dictadura cívico-militar que se inició en 1976 tuvo
características inéditas, de terrorismo de Estado.
Los militares no actuaron solos ni por su cuenta.
La decisión de tomar el gobierno contaba con la adhesión de
diversos grupos de la sociedad (sectores con gran poder económico,
grupos conservadores, medios de comunicación) que entendían que una
dictadura era necesaria para organizar el país. Y contaron con el
visto bueno del gobierno estadounidense, alentado por “el orden”
impuesto a terror y sangre, muertos, torturados, miles de presos y
desaparecidos en Brasil, Chile y Uruguay en años anteriores.
El secretario de Estado Henry Kissinger dio luz
verde a la ola de represión de la junta golpista en 1976, que
significó –entre otras calamidades- más de 30 mil desaparecidos,
según documentos secretos estadounidenses desclasificados
anteriormente, y ahora, con la visita del presidente Barack Obama,
justo en el 40 aniversario de ese golpe, su gobierno promete que
revelará más sobre la historia secreta de la relación entre
Washington y Buenos Aires.
En Argentina, a la vez que se desarrollaban
acciones de control, disciplina y violencia nunca vistas sobre la
sociedad, se tomaban decisiones económicas que privilegiaban el
ingreso de bienes y mercancías desde el exterior por sobre la
producción nacional. Así miles de trabajadores perdieron su trabajo
debido a que la industria nacional no podía producir productos a un
precio similar o menor a los importados.
Este proceso fue acompañado por una campaña
publicitaria que intentaba convencer a la población de que la
industria argentina era mala, de baja calidad y asociaba a lo venido
de afuera con lo bueno, lo interesante, lo deseado.
Los sucesivos miembros de la Junta Militar y
diversas empresas asociadas tomaron grandes empréstitos del
exterior: la deuda externa trepó de 8 mil a 43 mil millones de
dólares. Por decisión de los dictadura cívico-militar, se
convirtió en deuda pública, es decir en deuda que debieron pagar
todos los argentinos. Las medidas financieras y administrativas
marcaron un período de desinversión en salud, educación y vivienda
con efectos muy importantes en el empeoramiento de las condiciones de
vida de la gente.
Costó muchos años a los argentinos sanar las
heridas dejadas por la cruenta dictadura: garantizar la vida, la
salud, la educación, la vivienda, la nutrición de las grandes
mayorías, convertir en ciudadanos a millones de pauperizados
pobladores excluidos de la sociedad de época de la dictadura y la
posdictadura neoliberal. Hoy no hacen falta tanques ni bayonetas para
imponer un modelo político, económico y social. Basta con tener el
control de los medios de comunicación social para servir a los
intereses del poder fáctico, de las grandes empresas (algunas)
nacionales y trasnacionales.
Miles y miles de despidos, cierre de fábricas,
endeudamiento externo, empresarios dirigen la cosa pública, hay dura
represión para el “ordenamiento social”: ya no son militares
sino policías miltarizados, mientras el ejército de medios
concentrados y cartelizados crean imaginarios colectivos. La
respuesta no se halla en las instituciones (ejecutivas, legislativas
y aún menos en las judiciales): pareciera estar, nuevamente, en las
calles. La nueva arma mortal no esparce isótopos radiactivos: se
llama medios de comunicación de masas que, en manos de una cuantas
corporaciones, manipulan a su antojo en función de sus intereses
corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas
políticas. Hoy el escenario de guerra es simbólico y el terror
mediático –y la imposición de imaginarios colectivos- se ha
convertido en el disparador de planes de desestabilización de los
gobiernos populares y restauración del viejo orden neoliberal.
¿Habrá iniciado Argentina un nuevo “proceso de
reorganización nacional”, 40 años más tarde?
*Periodista y académico uruguayo con una vasta
carrera profesional. Director de SURySUR, ex director general de
TeleSUR y del mensuario político-social latinoamericano Question.
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