Theotonio dos Santos
Un fantasma recorre el mundo desde fines del siglo pasado: la amenaza del desempleo, aumenta aún en períodos de crecimiento económico.
Es necesario recordar que estamos en plena reestructuración productiva de la economía mundial. En la década de los setenta la siderurgia norteamericana y europea se redujo a menos de un tercio de su producción. La industria del carbón prácticamente cerró. Importantes ramas industriales se deslocalizaron a diferentes regiones del mundo. Como resultado de esas deslocalizaciones ocurren mudanzas fundamentales en la composición de la mano de obra mundial.
En Estados Unidos disminuyó la participación de la mano de obra obrera industrial en el conjunto de la fuerza de trabajo en las décadas de 70, 80 y 90. En el Japón, pasò lo mismo a partir de la segunda mitad de la década de los 80’. En Alemania, el desempleo industrial avanzó en la década de los noventa. En los tigres asiáticos y las nuevas economías industriales (NEI) en general, la mano de obra obrera creció significativamente en la década de setenta y parte de la de ochenta. En seguida, se estabilizo y llego a disminuir en algunos de estos países a partir de la segunda mitad de los ochenta (2).
Vemos por tanto que, en vez de un aumento del desempleo en general, encontramos, primero, una fuerte deslocalización del empleo: del agrícola para el industrial, iniciada a principios del siglo XX; del industrial para los servicios, a partir de los años 50, la cual se acelero a partir de la década de los 80 con la introducción de la robotización.
En resumen: el aumento de la productividad agrícola e industrial genero una producción suficientemente grande para sustentar un sector creciente de servicios. El desenvolvimiento de un enorme aparato de investigación y desarrollo, elevó la capacidad de innovación del sistema económico y en consecuencia aumento aun más la productividad. Al eliminar sectores económicos obsoletos, la crisis, que se prolongo del 67 al 94, abrió camino para que –en la década de ochenta y noventa- las inversiones se orientasen hacia las ramas más productivas y más dinámicas.
Estas innovaciones conducen a nuevas estructuras industriales y absorben gran parte del avance tecnológico acumulado en las décadas anteriores. Tal es el caso de la robotización que, a pesar de estar anunciada desde los años sesenta, solamente se concretó hasta los años ochenta con la utilización masiva de robots por Japón, seguida posteriormente por los Estados Unidos y Europa (3). En la década de los noventa, Estados Unidos y Europa finalmente alcanzan los nuevos patrones tecnológicos japoneses que tienden a generalizarse en las economías emergentes, particularmente en China.
Sin embargo ¿Por qué el aumento del desempleo estructural no fue compensado por los empleos del sector servicio y se exacerba la exclusión social durante este periodo? Porque las nuevas inversiones provocaron grandes reducciones de la mano de obra industrial, en una fase en que se habían reducido también las inversiones en los nuevos servicios ligados a las innovaciones tecnológicas. En muchos países, estas inversiones no se realizaron debido a deficiencias socioeconómicas y culturales o debido a la falta de control del excedente económico por los agentes sociales que favorecían el avance del conocimiento científico y tecnológico.
Segundo, porque los recursos necesarios para las nuevas inversiones en la economía del conocimiento y de la información, ligadas a la Revolución Científico Técnica (investigación y desarrollo, educación, medio ambiente, cultura, tiempo libre, información , etc.), estaban comprometidos en otras actividades. Entre ellas señalamos los gastos para la hegemonía geopolítica en los Estados Unidos, particularmente los gastos militares, la especulación financiera, el aumento de la deuda pública y el pago de los intereses de la deuda, etc. Los servicios financieros sobretodo crecen desproporcionadamente en la década del 80 y entran en una crisis al final de esta misma década y al principio de los años 90.
Esto genera desempleo en los serivios bancarios y en otras areas de servicios con altos salarios.
En tercer lugar, el desempleo aumenta por que la estructura ocupacional de las relaciones sociales de producción no acompaña los cambios del sistema productivo y al aumento de la productividad no se distribuye igualmente entre los distintos agentes sociales. Es evidente que un crecimiento tan masivo de la productividad tendría que ser acompañado por aumentos de salarios y por la disminución de la jornada de trabajo.
Ninguno de estos dos fenómenos ocurrió. ¿Porque? Por que los años de crisis entre 70 y 80 debilitaron el moviendo sindical y los movimientos sociales en general. Es preciso considerar el efecto diferenciado del desempleo en los países donde el poder de negociación de los sindicatos, así como el de las demás fuerzas sociopolíticas, es mayor o menor. Como vimos en varios estudios (4), la coyuntura recesiva mundial está en cambio hacia la superación del la tendencia recesiva hacia el crecimiento económico. En estas circunstancias, la estructura institucional tendrá que adaptarse a la nueva coyuntura. El principal cambio positivo que deberá ocurrir en los países centrales es la disminución de la jornada de trabajo, la cual ya se encuentra en curso. Esta permitirá transferir las ganancias de productividad actuales a las masas de trabajadores asalariados aumentando drásticamente el número de empleos.
Varias empresas ya iniciaron la disminución de la jornada de trabajo hasta 32 horas semanales. En Francia sindicatos de trabajadores firmaron en octubre de 1995 un “acuerdo interprofesional del empleo” que inicia negociaciones para reducir la jornada por ramas de producción a fin de aumentar la creación de empleos “de 300 para 900 mil en dos años”. Este acuerdo se basó en la ley votada por los socialistas y la izquierda en general a favor de las 35 horas de trabajo semanales.
En Japón y en Asia han habido claros esfuerzos en el mismo sentido, a pesar de que parten de jornadas de trabajo más largas. La disminución de la jornada de trabajo a nivel mundial, sobre todo en las nuevas economías industriales, ciertamente vendrá - como ocurrió en los años 1920 y 30. En esa época, bajo la presión de los acuerdos de Viena, la OIT, comandada por los países que la habían adoptado, exigió y logró disminuir la jornada de trabajo a 48 horas en todo el mundo.
La actual campaña de la derecha internacional contra el”dumping social” es solamente el comienzo de un movimiento contra estos cambios comandados por el aumento de las innovaciones revolucionarias que inició el nuevo ciclo largo desde 1994. Las sociedades subdesarrolladas tendrán que incorporar forzadamente nociones de derechos humanos, protección al trabajo, jornadas más cortas, mejores salarios, etc. Como estas exigencias se compatibilizarán con fenómeno típicos de estos países, como el aumento acentuado del desempleo, del subempleo y de la exclusión social es un tema pendiente de discusión. Sobre todo por que estas economías no invierten suficientemente en educación, ciencia, tecnología, cultura, tiempo libre e información, los cuales son los sectores generadores de empleo en el nuevo paradigma tecnológico.
En la mayoría de las nuevas economías industriales (NEI) solo se puede disminuir el impacto del desempleo estructural reforzando las ocupaciones “sociales” para la enorme masa de trabajadores sin empleo y sin perspectivas. Esto exige un aumento de los gastos estatales en sectores sociales, lo que en general no encuentra una buena receptividad en las clases dominantes locales.
La reforma agraria es, por ejemplo, un camino para la ampliación ocupacional que enfrenta una fuerte oposición en las clases dominantes y también en sectores de las clases medias, disminuyendo la capacidad ocupacional de estas sociedades. Es importante constatar también el impacto negativo del pensamiento único neoliberal sobre estas formas de generación de empleo .Ellas insisten en el libre mercado como el gran creador de empleo, lo que va en contra de los datos o de la evidencia disponible y de los análisis de la realidad particularmente en los países dependientes y subdesarrollados.
Las actividades agroindustriales para la producción de energía renovables, basada en la biomasa (como el programa PROALCOHOL del Brasil) puede ser un camino significativo de generación de empleo si se combina con una nueva economía social en la pequeñas y medianas ciudades. Por otro lado el sector informal con sus micro, pequeñas y medianas empresa puede generar importantes sumas de ocupación, sobre todo si se apoya en los principios de una economía solidaria.
Sin embargo no se debe alimentar la ilusión de que esas soluciones son definitivas y que pueden ser el centro de una estrategia de generación de empleo. El empleo altamente calificado es la solución más completa y definitiva. El empleo está asociado con el desarrollo social de los países. Así, la información, el conocimiento, el tiempo libre y la educación son los mayores generadores de empleo en el mundo contemporáneo. La salud, los cuidados personales a los niños, a los enfermos, a los incapacitados, a los socialmente carentes, y las políticas sociales en general son otras tantas fuentes contemporáneas del empleo.
Existen otras “soluciones” aparentes que tienen consecuencias perversas. La principal de ellas es la propuesta de la disminución de los “costos” sociales del trabajo. Desde los países socialmente avanzados, como Alemania, hasta los países mas atrasados como Brasil se suceden las tentativas de reducir las conquistas sociales de los trabajadores. El razonamiento es simple: la reducción de los costos sociales del trabajo aumenta la ganancia y estimula la inversión y por tanto genera empleo.
Como vimos, este razonamiento es equivocado en la actual coyuntura. Las inversiones se orientan para los sectores de alta innovación tecnológica, donde el empleo industrial disminuye, pero aumentan los empleos de investigación y desarrollo, la educación, el entrenamiento, la información, la gestión, el diseño, el tiempo libre, la cultura etc. En estos sectores, la tendencia es hacia salarios más altos y hacia el empleo de trabajadores educados. Estos disponen de mayor capacidad para luchar por derechos sociales y alcanzar jornadas de trabajo más cortas y flexibles.
El mundo de la vieja tecnología tendía a apoyarse en los bajos salarios, las largas jornadas, etc., así como a generar menos empleo. Estas actividades tienden a transferirse a los países socialmente más atrasados, a los cuales se busca exportar también las tecnologías mas contaminantes. Los países que adopten esta filosofía están entonces condenados a reforzar el atraso y a generar poco empleo, aumentando la masa de desempleados, marginados y trabajadores informales.
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