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Tenemos tanto que aprender de Cuba
Por Robert F. Kennedy
Jr*
WHITE PLAINS, Estados Unidos, (IPS) - El 17 de
diciembre, el presidente estadounidense Barack Obama
anunció el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas con Cuba, después de más de cinco
décadas de una política equivocada que mi tío, John
F. Kennedy, y mi padre, Robert F. Kennedy, fueron
responsables de aplicar después de que el gobierno
de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) implementara el
embargo contra la isla por primera vez en octubre de
1960.
La medida generó la esperanza en muchos sectores,
no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, de
que ahora el propio embargo estaría destinado a
desaparecer.
Esto no quita el hecho de que Cuba sigue siendo
una dictadura. El gobierno cubano restringe
libertades básicas como la libertad de expresión y
de reunión, y es propietario de los medios de
comunicación.
Las elecciones, como en la mayoría de los países
comunistas de la vieja guardia, ofrecen opciones
limitadas y, en redadas periódicas, el gobierno
cubano llena las cárceles con presos políticos.
Sin embargo, hay auténticos tiranos en el mundo
que se convirtieron en aliados cercanos de Estados
Unidos y muchos gobiernos con peores historiales de
derechos humanos que el de Cuba.
Un ejemplo es Azerbaiyán, cuyo presidente, Ilham
Aliyev, hierve a sus rivales en aceite, pero también
Arabia Saudita, Jordania, China, Bahrein,
Tayikistán, Uzbekistán y muchos más donde entre las
prácticas gubernamentales se encuentran la tortura,
las desapariciones forzadas, la intolerancia
religiosa, la represión de la expresión y la
reunión, la opresión medieval de la mujer, la
elecciones fraudulentas y las ejecuciones
extrajudiciales.
A pesar de su pobreza, Cuba consiguió algunos
logros impresionantes. El gobierno se jacta de que
su población tiene el índice de alfabetización más
alto de cualquier país del hemisferio, que sus
ciudadanos gozan de acceso universal a la atención
sanitaria y que posee más médicos por habitante que
los demás países del continente americano. Los
médicos cubanos tendrían una formación médica de
alta calidad.
A diferencia de otras islas del Caribe, donde la
pobreza significa pasar hambre, cada cubano recibe
una libreta mensual de racionamiento de alimentos
que cubre sus necesidades básicas.
Incluso los funcionarios cubanos admiten que la
economía está asfixiada por las ineficiencias del
marxismo, aunque también argumentan que la principal
causa de los problemas económicos de la isla es el
estrangulamiento que provocaron los 60 años de
embargo comercial.
Es claro para todos que el embargo aplicado por
primera vez durante la administración de Eisenhower
en octubre de 1960 castiga injustamente a los
cubanos de a pie. Este impide el desarrollo
económico al hacer que prácticamente todos los
productos básicos y toda clase de equipos sean
astronómicamente caros y difíciles de obtener.
Lo peor de todo es que, en lugar de castigar al
régimen por sus restricciones a los derechos
humanos, el embargo fortaleció a la dictadura al
justificar la opresión. Brinda a los cubanos la
evidencia visible del cuco que todo dictador
necesita: un enemigo externo para justificar un
estado de seguridad nacional autoritario.
El embargo también brindó a los líderes cubanos
un monstruo plausible a quien culpar por la pobreza
de Cuba. Otorgó credibilidad al argumento de La
Habana de que Estados Unidos, y no el marxismo,
causó el malestar económico de la isla.
Es casi seguro que el embargo ayudó a mantener a
los hermanos (Fidel y Raúl) Castro en el poder
durante las últimas cinco décadas.
Justificó las medidas opresivas del gobierno
cubano contra la disidencia política en la misma
forma en que las inquietudes de seguridad nacional
de Estados Unidos fueron utilizadas por algunos
políticos estadounidenses para justificar
incursiones contra nuestra carta de derechos,
incluyendo los derechos constitucionales a tener un
juicio con jurado, al hábeas corpus, a una defensa
eficaz, a viajar y a no sufrir la búsqueda y la
incautación injustificada, las escuchas secretas, el
castigo cruel e inusitado, la tortura de los
prisioneros o la entrega extraordinaria, por nombrar
solo algunos.
Es más que paradójico que los mismos políticos
que argumentaron que deberíamos castigar a Castro
por limitar los derechos humanos y maltratar a los
presos en las cárceles cubanas sostienen que el
maltrato que Estados Unidos proporciona a nuestros
prisioneros en las cárceles cubanas está
justificado.
Imagine que un presidente estadounidense se
enfrentara, como le sucedió a Castro, a más de 400
intentos de asesinato, miles de episodios de
sabotaje apoyados desde el extranjero y dirigidos a
la población, las fábricas y los puentes de nuestra
nación, a una invasión patrocinada desde el exterior
y a 50 años de guerra económica que, en los hechos,
privara a nuestra ciudadanía de artículos de primera
necesidad y estrangulara nuestra economía.
Los líderes cubanos apuntaron al embargo, con
abundante justificación, como la razón de la
privación económica en Cuba.
El embargo permite que el régimen cubano exhiba a
Estados Unidos como un matón y se muestre como la
personificación del coraje, de pie ante las
amenazas, la intimidación y la guerra económica por
la mayor superpotencia militar de la historia.
Le recuerda constantemente al orgulloso pueblo
cubano que nuestra poderosa nación, que ha
orquestado la invasión de su isla, saboteó sus
industrias y confabuló durante décadas para asesinar
a sus líderes, mantiene una agresiva campaña para
llevar su economía a la ruina.
Quizás el mejor argumento a favor de levantar el
embargo sea que no funciona. Nuestro embargo de más
de 60 años contra Cuba es el más longevo en la
historia y, sin embargo, el régimen de los Castro se
mantiene en el poder.
En lugar de levantar el embargo, las diferentes
administraciones estadounidenses, incluida la de
Kennedy, lo han fortalecido, sin ningún resultado.
Parece una tontería que Estados Unidos mantenga
una política exterior mediante la repetición de una
estrategia que demostró ser un fracaso monumental
durante seis décadas. La definición de la locura es
la repetición de una misma acción una y otra vez a
la espera de resultados diferentes. En este sentido,
el embargo es una locura.
El embargo desacredita claramente la política
exterior estadounidense, no solo en América Latina,
sino también en Europa y otras regiones.
Durante más de 20 años, la Asamblea General de la
Organización de las Naciones Unidas solicitó el
levantamiento del embargo. Este año, al igual que en
2013, el pedido tuvo 188 votos a favor y dos en
contra, estos últimos de Estados Unidos e Israel. La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el
principal órgano de derechos humanos de las
Américas, también reclamó lo mismo, al igual que la
Unión Africana.
Una de las razones por las que disminuye nuestro
prestigio mundial y autoridad moral es que el
embargo solo hace hincapié en nuestra relación
distorsionada con Cuba, cargada históricamente de
fuertes paradojas que hacen que el resto del mundo
vea a Estados Unidos como un país hipócrita.
Más recientemente, mientras culpamos a Cuba de
encarcelar y maltratar a los presos políticos,
sometimos simultáneamente a prisioneros, muchos de
ellos inocentes según la propia admisión del
Pentágono, a la tortura, incluido el submarino, la
detención ilegal y el encarcelamiento sin juicio en
la prisión cubana de la bahía de Guantánamo.
Culpamos a Cuba porque no permite que sus
ciudadanos viajen libremente a Estados Unidos, pero
restringimos los viajes de nuestros propios
ciudadanos a Cuba. En ese sentido, el embargo parece
particularmente antiestadounidense. ¿Por qué mi
pasaporte dice que no puedo visitar Cuba? ¿Por qué
no puedo ir a donde quiera?
Yo he sido un estadounidense afortunado. Pude
visitar Cuba y esa fue una educación maravillosa
porque me dio la oportunidad de ver de cerca al
comunismo con todos sus defectos y fallas. ¿Por qué
nuestro gobierno no confía en que los
estadounidenses puedan ver por sí mismos los
estragos de la dictadura?
Si el presidente Kennedy hubiera sobrevivido para
cumplir una segunda administración, el embargo se
habría levantado hace medio siglo.
El presidente Kennedy le dijo a Castro, a través
de intermediarios, que Estados Unidos pondría fin al
embargo cuando Cuba dejara de exportar
revolucionarios violentos a los países de la Alianza
para el Progreso en América Latina, una política que
terminó principalmente con la muerte del Che Guevara
en 1967 y cuando Castro dejó de permitir que la
Unión Soviética utilizara la isla como base para la
expansión del poderío soviético en el hemisferio.
Bueno, la Unión Soviética ya no existe desde
1991, hace más de 20 años, pero el embargo liderada
por Estados Unidos continúa ahogando a la economía
cubana. Si el objetivo de nuestra política exterior
en Cuba es promover la libertad de sus ciudadanos
sometidos, deberíamos abrirles las puertas y no
cerrárselas.
Tenemos tanto que aprender de Cuba, de sus éxitos
en algunos ámbitos y de sus fracasos en otros.
Mientras caminaba por las calles de La Habana,
los viejos Ford T resoplaban al pasar junto a la
efigie en hierro forjado del Che colgada en las
alturas y el bronce de una estatua de Abraham
Lincoln se erguía en un jardín de una arbolada
avenida.
Sentía el peso de 60 años de la historia cubana,
una historia profundamente entrelazada con la de mi
propio país.
*Robert F. Kennedy Jr.
es abogado del National Resources Defense
Council y de Hudson Riverkeeper y presidente
de Waterkeeper Alliance. También es profesor y
abogado supervisor de la Clínica Procesal
Ambiental de la Facultad de Derecho de la
Universidad Pace y coanfitrión de Ring of Fire
en Air America Radio. En el pasado se
desempeñó como fiscal general adjunto de la
ciudad de Nueva York. Hijo de Robert F.
(Bobby) Kennedy y sobrino del presidente
estadounidense John F. Kennedy (1961-1963)
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