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sexta-feira, 3 de junho de 2011

Tristeza

Tristeza é o verdadeiro título deste testemunho da violência da luta de classes no mundo periférico. Da importância dos momentos de avanço dos trabalhadores que conquistaram pelo menos por curtos mas intensos processos o poder de reorganizar suas vidas sem esquecer os objetivos históricos de suas lutas.Viva a Unidade Popular! Viva Allende! Viva a ingênua economista que estimulada pela vitória popular se meteu entre os mineiros de Lebu! Morte à economia de mercado que se implantou sob as botas do terror.

Estou publicando na Venezuela, pela editora El Perro y la Rana meus escritos durante o processo chileno sob o título provocador de Bendita Crisis! A autora deste artigo me mandou um bolo de presente, durante minha estadia na embaixada do Panamá, com este título de um artigo meu no semanario Chile Hoy que causou muita polêmica. Ela queria criticar com seu bom humor meu otimismo. Eu assumi a polêmica uma vez mais: a própria autora deste artigo (cujo nome verdadeiro fica oculto por causa do ambiente político repressivo que ainda existe no Chile, mesmo pós Pinochett , me dá argumentos a favor da tese defendida nele. Seu terrível testemunho mostra claramente a triste experiência existencial de nossos povos: Uma coisa são as crises geradas pela decadência capitalista que termina em desemprego, fome e tristeza. Outra coisa é a crise que surge do aumento da capacidade de consumo dos trabalhadores, do pleno emprego, da sua intervenção na gestão de sua vida e de suas atividades econômicas. Para deter estes processos só a violência e o terror fascista. Não adianta atribuir as derrotas destes processos a razões econômicas.


DIOS NO HA VISITADO LEBU


Patricia Santa Lucía


En el año 71 comencé a visitar las minas del carbón de nuestro país. Debía trabajar con sus dirigentes sindicales para convencerlos de que dedicaran parte de su tiempo libre a la administración de la empresa. Todo nacía de la convicción utópica de que los trabajadores tenían el derecho a ser protagonistas de sus destinos, y ellos, con la dignidad que envolvía todos sus actos, se embarcaron en dicha tarea.

Lo que más llamaba la atención era su inteligencia. Inteligencias que contrarrestaban con la escasez de estímulos, puesto que la mayoría cumplía tareas subterráneas, viviendo el día entero en las galerías que se encontraban dentro de la tierra y muy abajo del mar. El carbón se extraía con una picota, que cada minero llevaba consigo, al mismo tiempo que iba abriendo el pozo, excavando las diversas capas de la tierra para llegar al combustible que depositaban en un carrito. Los que comenzaban a abrir nuevos surcos entraban en calzoncillos y en los que estaban en ciernes deslizaban el cuerpo y con la picota iban armando el nuevo espacio que crearía la galería. Bajo la tierra, sólo estaban acompañados de una cantimplora con café frío y vino y de un pan con cebolla y a veces carne.

Nunca escuché a nadie reclamar por el tipo de trabajo que realizaban. Por el contrario, estaban llenos de ideas de cómo contrarrestar la escasez de herramientas y equipos que producía la escasez de divisas y el sabotaje empresarial. Su trabajo, realizado por generaciones, envolvía una historia pionera, un amor a la tierra, al país y a la soberanía nacional que pudimos ver consagrados en novelas como SubTerra y SubSole y muchas otras. Me trataban con respeto y quizás con algo de ternura. Por historia, experiencia y memoria genética sabían que todo no sería tan fácil como yo, en mi insensatez casi adolescente, imaginaba.

Un día me tocó ir a Lebu. Una ciudad campesina, con un mar impresionante, oscuro y temible. A la hora de almuerzo me mostraron un roquerío, donde se mostraba a los afuerinos con orgullo un chiflón misterioso que soplaba y podía llegar a botar a una persona. La reunión donde preparamos la asamblea del día siguiente duró toda la tarde y a las seis me despedí para irme a la casa de huéspedes de la compañía, después de recorrer un par de veces la calle del pueblo. La casa era de madera y el viento entraba por todas las rendijas. No había llevado nada para leer y no tuve más alternativa que acostarme y a oscuras esperar que el sueño me venciera escuchando el viento.

Meses después esos dirigentes con los que preparamos la asamblea fueron ejecutados o apresados, veinte años más tarde les cerraban su fuente de trabajo. Era mejor importar un carbón de mejor ley y más barato para el negocio termoeléctrico y ya no era económico mantener las fuentes de trabajo de las familias mineras de Lota, Schwager, Curanilahue, Arauco y Lebu. Se decidió que se las arreglaran con el mercado que los ordenaría y haría más productivos. No importaba la soberanía, la tierra, la historia, ni el arraigo.

Imposible no recordar todo eso el 27 de febrero, imposible no pensar en esas familias que venían luchando toda una vida por su tierra y en los últimos veinte años por su sobrevivencia. Difícil no hacer cuentas con las decisiones que los venían matando, no reflexionar sobre el mercado que nada les había resuelto y en la naturaleza que ahora los atacaba a mansalva y sin contemplaciones.

Habían perdido una vez sus fuentes de trabajo, ahora sus casas, su suelo, sus cerros, su río, el lugar donde podían caminar. Nuevamente las fuentes de trabajo que habían logrado inventar al perder sus minas.

Las más de 2.000 familias damnificadas lo han perdido todo. No tienen esperanzas de que se obtengan terrenos para construir sus casas definitivas. Sólo cuentan con su miedo y su tristeza.

El tsunami destruyó las Caletas de Llico, Tubul con lo que se destruyó el 90% de la pesca y de los buzos mariscadores. Por lo tanto desapareció el trabajo de los “encarnadores”, es decir los trabajadores que preparan el material para la pesca, poniendo las sardinas en los espineles. Allí se perdieron 4.000 puestos de trabajo.

En Lebu además, el río se secó y ya no hay embarcaciones, ni puerto, ni atracadero. Los barcos se fueron a Valdivia. También se destruyeron las Caletas de Punta Lavapie, La Rumana y El Piure, y las algas se secaron al levantarse las piedras. Así se destruyó el trabajo de las mujeres algueras. Como el mar subió más de tres metros, todo el trabajo de orilla, generalmente realizado por mujeres, se destruyó.

Sigue habiendo derrumbes. La lluvia está destruyendo la precariedad de las aldeas, sea por el terreno, la ausencia de alcantarillado o la calidad de las viviendas. No hay locomoción a las escuelas desde los puntos donde se localizaron las aldeas, por lo tanto los niños van mojándose a sus lugares de estudio. Muchas familias viven de los basureros.

Y nuevamente la naturaleza los ataca en la madrugada del 1 de junio, en uno de los días más fríos del año. Los noticieros ni se inmutan, un temblor de 6,5 no es nada. No hay muertos y “ellos ya están acostumbrados”.

No sé si Lebu estará muy diferente del día en que lo conocí, no sé si habrá un mall y ofrecerán créditos a los habitantes que no tienen nada. No sé nada de nada y cada vez entiendo menos todo, pero de lo que estoy segura es que Dios no los ha visitado.
Necessitamos outra economia política para ajudar os trabalhadores a gerir suas próprias vidas e assumir o controle do Estado e da economia. Vale a pena trabalhar por ela no dia a dia de nossas lutas seculares. Chegaremos lá.


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