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sexta-feira, 5 de fevereiro de 2010

Narrativa vietnamita

La Memoria en la narrativa y el género de la autobiografía.

Este libro según mi parecer se inscribe en esa línea. Para quienes deseen escribir en esa dirección la lectura de RU de Kim Thúy les aporta significativamente.

Los que recuerden Vietnam en la década de los setenta este libro les traerá recuerdos, no porque se escriba sobre lo que se leyó copiosamente en esos años, sino porque hay otro punto de vista para leer y escribir sobre los mismos hechos, hoy es historia reciente como se suele decir.

Quien relata es una voz femenina y lo hace desde los alrededores del lenguaje y desde un idioma cargado a los simbolismos y de metáforas, no usa su lengua materna sino el francés, el porqué de esta opción la entenderán en la lectura del texto. La autora a través de una sorprendente narrativa acerca a los lectores a un mundo olvidado, pero que estremeció a todo el mundo, Vietnam fue tan importante, es la década ya citada del siglo XX. En RU no hablan los actores relevantes de esa historia, los que se enfrentaron, los mismos que hoy se han puesto de acuerdo. Kim Thúy hace hablar a los que no tenían opción de decir que no a una invasión o a una guerra, a los refugiados, a los que deben huir, para mí el aporte más importante de RU, es que relata lo que al parecer no tiene importancia pero contribuye a la memoria de un pueblo.

JJFD.

Extractos del libro RU* de la escritora vietnamita canadiense KIM THÛY

Traducción del francés y adaptación literaria de Jorge J. Flores Durán

Yo llegué a este mundo durante la ofensiva militar del Tèt, en los primeros días del nuevo año del Mono, cuando los petardos se acoplaban como cadenas frente a mi casa, estallaban como una sinfonía como metralletas musicales.

Yo he nacido en las sombras adornadas de fuegos de artificios decoradas como guirnaldas luminosas que atravesaban como un roquet o balas. Mi nacimiento ha tenido por misión de reemplazar las vidas perdidas, mi vida tiene el deber de continuar la vida de mi madre.

….

Yo me llamo Negunyèn An Tênh y mi madre se llama Nguyên An Tinh. Mi nombre es una simple variación del suyo, mi apellido se diferencia y se distingue sobre un solo signo que es la letra “I”. Yo soy una extensión de ella en el mismo sentido del apellido. En Vietnam el apellido de ella quiere decir “Alrededor posible” y el mío “Interior posible” por estos apellidos que no cambian mi madre aseguró su continuidad en mi persona y por tanto yo seguiría su historia.

La historia de Vietnam es una Historia con mayúsculas, la que desbarató los planes de mi madre, ella botó los acentos de nuestros nombres al mar, cuando atravesábamos el Golfo del Siam, ella tenía 30 años. Ella también desnudó nuestros nombres de su sentido, reduciéndolos y transformando los sonidos a otros, extranjeros y extraños, a una impaciente lengua francesa. Sin desearlo lo que cayó al mar en esa noche rompe mi rol de prolongar naturalmente a mi madre, cuando yo tenía diez años edad.

…..

Gracias al exilio mis hijos jamás van a prolongarme en sus vidas, ni mi historia, ellos se llaman Pascal y Henri y no se parecen en nada a mí, tienen el pelo claro y la piel blanca, las pestañas tupidas. No experimenté el sentimiento natural de la maternidad que toda madre tiene en el momento de dar a luz, a pesar de haberlos recibido a las tres de la mañana cuando fueron puestos en mis pechos, a la medianoche. Sin embargo el instinto maternal llegó mucho más tarde, en las noches de insomnio, cuando vi los pañales manchados, y sentí las sonrisas generosas y espontáneas. Solamente en aquel momento entendí el amor de mi madre, cuando ella estaba sentada frente a mí en el vientre del barco, teniendo en sus brazos un bebé cuya cabeza fue cubierta de cortezas fétidas y con sarna. Tuve ante mis ojos esta imagen durante días y posiblemente también muchas noches. Una pequeña ampolleta suspendida desde un hilo, y éste a un clavo musgoso, difundía una luz débil, y siempre con la misma intensidad. En el fondo de este barco, el día no se distinguía de la noche. La luz de la ampolleta nos protegía de la inmensidad del mar y del cielo que nos rodeaban. Las personas sentadas ordenadamente, nos hacia imaginar que no había más línea de demarcación entre el azul del cielo y el azul del mar. Pues no sabíamos si nos dirigíamos hacia el cielo o nos hundíamos en las profundidades del agua. El paraíso y el infierno se habían enlazado en lo más profundo del vientre de nuestro barco. El paraíso prometía otra oportunidad a nuestra vida, un nuevo futuro, una nueva historia. El infierno, muestra nuestros miedos: miedo a los piratas, miedo de morir de hambre, miedo de intoxicarse con los Panes toast untados en aceite de motor, miedo a la falta de agua, miedo de no poder recuperarse, miedo de beber la orina en esa vasija roja que pasaban de una mano a la otra, un miedo que esta cabeza fuera contagiada por un niño sarnoso, miedo a no pisar nunca más tierra firme, el miedo de no ver más el rostro de tus familiares que están sentados en alguna parte del mismo barco penumbroso, miedo a desaparecer entre las doscientas personas que viajaban junto a nosotras en el estómago de un anciano barco.

*(Mecer)
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Jorge J. Flores Durán
http://jorgefloresduran.blogspot.com

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